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Monday, May 9, 2011

Un discípulo inverosímil

La vida y el ministerio de Jesús

 



¡QUÉ aterradora vista se presenta ante Jesús cuando llega a la ribera! Dos hombres extraordinariamente fieros salen del cementerio cercano y corren hacia él. Están poseídos de demonios. Puesto que uno de ellos es posiblemente más violento que el otro y ha sufrido por más tiempo bajo el control de los demonios, se hace el foco de la atención.
 

Por mucho tiempo este hombre digno de lástima ha estado viviendo desnudo entre las tumbas. 

Continuamente, día y noche, clama y se corta con piedras. Es tan violento que nadie se atreve a pasar por aquel lugar de la carretera. Se ha intentado atarlo, pero él rompe las cadenas y quiebra los hierros que se le ponen en los pies. Nadie tiene suficiente fuerza para subyugarlo.
 

Al acercarse el hombre a Jesús y caer a sus pies, los demonios que lo controlan hacen que grite: “¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te pongo bajo juramento por Dios que no me atormentes”.
“Sal del hombre, espíritu inmundo”, Jesús sigue diciendo. Pero entonces Jesús pregunta: “¿Cuál es tu nombre?”.
 

“Mi nombre es Legión, porque somos muchos”, es la respuesta. A los demonios les deleita ver el sufrimiento de las personas a quienes pueden dominar, y aparentemente disfrutan de atacarlas en grupo con cobarde espíritu de chusmas. Pero frente a Jesús, suplican que no se les envíe al abismo. De nuevo vemos el gran poder que Jesús tenía para vencer hasta a los crueles demonios. Esto también revela que los demonios saben que el juicio que con el tiempo les vendrá de Dios es ser abismados junto con su caudillo, Satanás el Diablo.
 

Cerca de allí, en una montaña, hay una piara de unos 2.000 cerdos alimentándose. De modo que los demonios dicen: “Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos”. Evidentemente los demonios experimentan cierto placer contranatural, sádico, en invadir el cuerpo de criaturas carnales. Cuando Jesús les permite lo que piden, los 2.000 cerdos se lanzan en estampida por el precipicio y se ahogan en el mar.
 

Cuando los porquerizos ven esto, se apresuran a informar lo sucedido en la ciudad y en la región rural. Ante esto, la gente sale a ver lo que ha sucedido. Cuando llegan, ¡allí está el hombre del cual han salido los demonios, vestido y en su sano juicio, sentado a los pies de Jesús!
 

Los testigos oculares informan a la gente cómo fue sanado el hombre. También le cuentan acerca de la muerte extraña de los cerdos. Al oír esto, la gente siente un gran temor, y le piden encarecidamente a Jesús que salga de su territorio. Por eso, él hace lo que dicen y sube a la barca. El hombre que había estado endemoniado le suplica a Jesús que le permita ir con él. Pero Jesús le dice: “Vete a casa a tus parientes, e infórmales acerca de todas las cosas que Jehová ha hecho por ti, y de la misericordia que te tuvo”.
 

Jesús suele decir a las personas a quienes sana que no le digan a nadie lo que ha sucedido, puesto que no quiere que la gente llegue a conclusiones sobre la base de informes sensacionales. Pero esta excepción es propia, porque el hombre que había estado endemoniado estará testificando entre personas a quienes Jesús ahora probablemente no tendrá la oportunidad de llegar. Además, la presencia del hombre suministrará testimonio acerca del poder de Jesús para hacer bien, algo que contrarrestará cualquier informe desfavorable que alguien pudiera circular debido a la pérdida de los cerdos.
 

En armonía con la instrucción de Jesús, el hombre que había estado endemoniado se va. Comienza a proclamar por toda la Decápolis cuantas cosas Jesús ha hecho por él, y la gente queda muy sorprendida. (Mateo 8:28-34; Marcos 5:1-20; Lucas 8:26-39; Revelación 20:1-3.)

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