La Biblia afirma que “el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente”, y también dice que “el hombre de discernimiento amplio es uno que guarda silencio” (Pro. 10:19; 11:12). Veamos de qué manera tan admirable actuó Jesús con prudencia y discernimiento sin pronunciar palabra. Por ejemplo, cuando sus enemigos generaron un ambiente de hostilidad hacia él, comprendió que de nada serviría hablar, así que “se quedó callado” (Mat. 26:63).
Más tarde, cuando fue acusado ante Pilato, Jesús “no contestó nada”. Antes bien, fue prudente y prefirió que los actos que había realizado en público hablaran por sí mismos (Mat. 27:11-14).
Nosotros también hacemos bien en guardar silencio cuando otras personas nos provocan. Un proverbio dice: “El que es tardo para la cólera abunda en discernimiento, pero el que es impaciente está ensalzando la tontedad” (Pro. 14:29). Si nos apresuramos a responder a la provocación, probablemente digamos algo que no deberíamos. Y luego, puede que comprendamos que nuestras palabras han sido insensatas y nos moleste la conciencia.
Cuando nos hallamos ante personas que no obedecen a Jehová, lo más prudente es tener cuidado con lo que decimos. Por eso, si al participar en el ministerio nos encontramos con personas que se burlan de nosotros, el silencio bien puede ser la mejor respuesta. Además, si nuestros compañeros de clase o de trabajo cuentan chistes subidos de tono o emplean lenguaje vulgar, lo mejor sería quedarnos callados para no dar la impresión de que aprobamos lo que están haciendo (Efe. 5:3). El salmista escribió: “Pondré un bozal, sí, como guardia para mi propia boca, mientras esté alguien inicuo enfrente de mí” (Sal. 39:1).
“El hombre de discernimiento amplio” no traiciona la confianza que los demás han puesto en él (Pro. 11:12). Por lo tanto, ningún cristiano verdadero debería divulgar asuntos confidenciales. En especial, los ancianos cristianos deben ser muy cautelosos a este respecto, a fin de no perder la confianza de los miembros de la congregación.
El silencio es muy provechoso en otro sentido. El escritor inglés del siglo XIX Sydney Smith hizo este comentario irónico sobre uno de sus conocidos: “En los raros momentos en que se queda callado, es un verdadero placer conversar con él”. La conversación con un amigo debería ser una vía de dos direcciones. Por eso, para saber conversar hay que saber escuchar.
El rey Salomón dio esta advertencia: “En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente” (Pro. 10:19).
Así es: cuanto menos se habla, menor es la posibilidad de decir algo indiscreto. De hecho, “aun el tonto, cuando guarda silencio, será tenido por sabio; cualquiera que cierra sus propios labios, por entendido” (Pro. 17:28). Por lo tanto, pidámosle a Jehová que ‘ponga vigilancia sobre la puerta de nuestros labios’ (Sal. 141:3).
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