“Cuídense mucho para que no practiquen su justicia delante de los hombres a fin de ser observados por ellos; de otra manera no tendrán galardón ante su Padre que está en los cielos.” (Mat. 6:1.) La justicia de la que habló Jesús es la conducta que armoniza con la voluntad divina. Él no quiso decir que las buenas acciones nunca deberían efectuarse en público, pues a sus discípulos les había mandado: “Resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres” (Mat. 5:14-16).
Sin embargo, no recibiremos ningún galardón de nuestro Padre celestial si hacemos las cosas “a fin de ser observados” y admirados, como los actores que interpretan una obra de teatro en un escenario. Si ese es nuestro motivo, nunca disfrutaremos de una estrecha relación con Dios ni de las bendiciones eternas del Reino.
Si tenemos la actitud apropiada, seguiremos esta exhortación de Jesús: “Cuando andes haciendo dádivas de misericordia, no toques trompeta delante de ti, así como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los glorifiquen. Les digo en verdad: Ellos ya disfrutan de su galardón completo” (Mat. 6:2). Las “dádivas de misericordia” eran donaciones para ayudar a los necesitados (léase Isaías 58:6, 7).
Jesús y sus discípulos, por ejemplo, tenían un fondo común para los pobres (Juan 12:5-8; 13:29). Puesto que nadie tocaba literalmente la trompeta antes de hacer esa clase de donaciones, es evidente que Jesús estaba usando una hipérbole, o exageración, para mostrar que no está bien andar por ahí pregonando la generosidad de uno, como hacían los fariseos.
Jesús los llamó hipócritas porque anunciaban sus limosnas “en las sinagogas y en las calles”. Aquellos individuos ya tenían “su galardón completo”. Su única recompensa sería la alabanza de los hombres y quizás un asiento de primera fila en la sinagoga junto a destacados rabinos. Pero de Jehová no recibirían nada (Mat. 23:6). ¿Qué debían hacer, en cambio, los discípulos de Cristo? Jesús les dijo a ellos y a nosotros:
“Mas tú, cuando hagas dádivas de misericordia, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tus dádivas de misericordia sean en secreto; entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará.” (Mat. 6:3, 4.) Como por lo general trabajamos con las dos manos, la mano derecha está muy cerca de la izquierda. Pues bien, impedir que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha significa no dar a conocer nuestros actos de misericordia, ni siquiera a las personas más cercanas a nosotros.
Como no andamos presumiendo de ser generosos, las “dádivas de misericordia” que hacemos quedan secretas. Entonces nuestro Padre, “que mira en secreto”, nos lo pagará. Puesto que él reside en los cielos y es invisible, está en un lugar “secreto” para la humanidad (Juan 1:18). El pago que nos da incluye una íntima relación con él, el perdón de los pecados y la vida eterna (Pro. 3:32; Juan 17:3; Efe. 1:7). Eso es mucho mejor que la alabanza de los hombres, ¿no le parece?
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