Job era un hombre rico e influyente que ayudaba a los necesitados, un patriarca de gran calidad moral y un consejero muy respetado. Pero sobre todo, tenía temor de Dios. El relato señala que Job “resultó sin culpa y recto”, y que fue un hombre “temeroso de Dios y apartado del mal”. Fue su devoción a Dios, no sus riquezas ni su influencia, lo que lo convirtió en el blanco de los ataques del Diablo (Job 1:1; 29:7-16; 31:1).
El libro de Job comienza hablando de una reunión que tuvo lugar en el cielo: los ángeles ocuparon su posición delante de Jehová, y Satanás, que también estaba presente, lanzó una acusación en contra de Job (léase Job 1:6-11).
Aunque mencionó las riquezas del patriarca, el principal objetivo del Diablo fue cuestionar los motivos por los que era íntegro. La palabra integridad conlleva la idea de ser recto e intachable. En su sentido bíblico, la integridad es sinónimo de devoción absoluta y de todo corazón a Jehová.
Satanás afirmó que Job adoraba a Dios por puro egoísmo, no por verdadera devoción. Aseguró que solo le sería leal a Jehová mientras recibiera su bendición y protección. A fin de responder a la acusación, Jehová dejó que el Diablo atacara al fiel patriarca. Como consecuencia, el ganado de Job fue aniquilado o cayó en manos de salteadores, la mayoría de sus siervos fueron asesinados y sus diez hijos murieron, todo en un solo día (Job 1:13-19).
¿Reaccionó Job como esperaba el Diablo? Todo lo contrario: cuando le sobrevinieron esas terribles desgracias, dijo: “Jehová mismo ha dado, y Jehová mismo ha quitado. Continúe siendo bendito el nombre de Jehová” (Job 1:21).
Poco después se celebró otra reunión en el cielo. Una vez más, Satanás acusó a Job diciendo: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma. Para variar, sírvete alargar la mano, y toca hasta su hueso y su carne, y ve si no te maldice en tu misma cara”. Observemos que esta vez las acusaciones del Diablo fueron más abarcadoras.
Al decir “todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”, no solo arrojó dudas sobre la lealtad de Job, sino la de todos los seres humanos que sirven a Dios. De nuevo recibió autorización para atacar a Job, y esta vez lo hirió con una dolorosa enfermedad (Job 2:1-8). Pero los sufrimientos del patriarca no terminaron allí.
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