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Wednesday, February 16, 2011

Los falsos profetas modernos



JEREMÍAS fue profeta de Dios en Jerusalén en un tiempo en que abundaban la idolatría, la inmoralidad, la corrupción y el derramamiento de sangre inocente en aquella ciudad. (Jeremías 7:8-11.) Él no era el único profeta activo entonces, pero la mayoría de los demás profetas eran gente egoísta y corrupta. ¿En qué sentido? Jehová dice: “Desde el profeta aun hasta el sacerdote, cada uno está obrando falsamente. Y tratan de sanar el quebranto de mi pueblo livianamente, diciendo: ‘¡Hay paz! ¡Hay paz!’, cuando no hay paz”. (Jeremías 6:13, 14.)


Los falsos profetas trataban de crear la impresión de que, a pesar de toda la corrupción que había en el país, todo marchaba bien y la gente estaba en paz con Dios; pero no era así. Les esperaba el juicio de Dios, como denodadamente proclamó Jeremías. En 607 a.E.C., cuando los soldados babilonios arrasaron Jerusalén y destruyeron el templo y dieron muerte a los habitantes de la ciudad o se los llevaron cautivos a la lejana Babilonia, quien quedó justificado fue Jeremías el profeta verdadero, y no los falsos profetas. Las pocas personas que los babilonios dejaron en el país huyeron a Egipto. (Jeremías 39:6-9; 43:4-7.)


¿Qué habían hecho los falsos profetas? “Aquí estoy yo contra los profetas —es la expresión de Jehová—, los que están hurtando mis palabras, cada uno de su compañero.” (Jeremías 23:30.) Los falsos profetas les robaban fuerza y efecto a las palabras de Dios al animar al pueblo a escuchar mentiras en vez de escuchar la advertencia verdadera de Dios. No hablaban sobre “las cosas magníficas de Dios”, sino que expresaban sus propias ideas, cosas que la gente quería oír. El mensaje de Jeremías sí provenía de Dios, y si los israelitas hubieran actuado según las palabras de él, habrían sobrevivido. Los falsos profetas ‘hurtaron las palabras de Dios’ y condujeron al pueblo al desastre. Fue tal como dijo Jesús sobre los líderes religiosos infieles de su día: “Guías ciegos es lo que son. Por eso, si un ciego guía a un ciego, ambos caerán en un hoyo”. (Hechos 2:11; Mateo 15:14.)


Como en los días de Jeremías, hoy hay falsos profetas que dicen que representan a Dios y la Biblia; pero también hurtan las palabras de Dios cuando predican cosas que distraen a la gente de lo que Dios realmente dice mediante la Biblia. ¿Cómo hacen esto? Contestemos esa pregunta mediante usar como piedra de toque la enseñanza fundamental de la Biblia: el Reino.


La verdad sobre el Reino


El Reino de Dios fue el tema principal de la enseñanza de Cristo, y se menciona más de cien veces en los Evangelios. A principios de su ministerio Jesús dijo: “Tengo que declarar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado”. Enseñó a sus seguidores a orar: “Venga tu reino”. (Lucas 4:43; 11:2.)


Entonces, ¿qué es el Reino? Según el Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine (traducción de S. Escuain), en primer lugar la palabra griega que se vierte “reino” en la Biblia denota “soberanía, poder regio, dominio”, y, en segundo lugar, “el territorio o pueblo sobre el que reina un rey”. De eso sería lógico deducir que el Reino de Dios es literalmente un gobierno dirigido por un Rey. ¿Es así?
Sí; así es, y el Rey es nada menos que Jesucristo. Antes que Jesús naciera, el ángel Gabriel dijo a María: “Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y Jehová Dios le dará el trono de David su padre”. (Lucas 1:32.) El que Jesús reciba un trono demuestra que es un Rey, un Rey que gobierna. La siguiente profecía de Isaías también prueba que el Reino es un gobierno en sentido literal, pues dice: “Porque nos ha nacido un niño, Dios nos ha dado un hijo, al cual se le ha concedido el poder de gobernar. [...] Extenderá su poder real a todas partes y la paz no se acabará”. (Isaías 9:6, 7, Versión Popular.)


¿Dónde gobierna Jesús? ¿En Jerusalén? No; el profeta Daniel tuvo una visión en la que vio a Jesús recibir el Reino, y según esa visión Jesús está en el cielo. (Daniel 7:13, 14.) Esto concuerda con la manera como Jesús se expresó en cuanto al Reino. Con frecuencia lo llamó “el reino de los cielos”. (Mateo 10:7; 11:11, 12.) Esto también concuerda con lo que Jesús dijo a Pilato mientras estuvo en juicio ante él: “Mi reino no es parte de este mundo. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente”. (Juan 18:36.) ¿Le ha enseñado su ministro o su sacerdote que el Reino de Jesús es en realidad un gobierno, que domina desde el cielo? ¿O le ha enseñado que el Reino es simplemente algo que existe en el corazón? Si esto es lo que ha sucedido, le ha estado hurtando las palabras de Dios.


¿Qué relación hay entre la gobernación del Reino y todas las diferentes formas de gobernación humana? 


Según The Encyclopedia of Religion, edición de Mircea Eliade, cuando el reformista Martín Lutero consideró el asunto del Reino propuso lo siguiente: “Al gobierno mundano [...] también se le puede llamar el reino de Dios”. Algunos enseñan que, por sus propios esfuerzos, los seres humanos pueden hacer que sus gobiernos se parezcan más al Reino de Dios. En 1983 el Concilio Mundial de Iglesias afirmó: “Mientras testificamos de nuestro deseo genuino de paz mediante acciones específicas, el Espíritu de Dios puede utilizar nuestros endebles esfuerzos para hacer que los reinos de este mundo se acerquen más al reino de Dios”.


Sin embargo, note que en la oración del padrenuestro Jesús enseñó a sus seguidores a orar por la venida del Reino de Dios, y entonces les dijo que oraran: “Efectúese tu voluntad [la de Dios], como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mateo 6:10.) En otras palabras, los hombres no hacen que el Reino venga mediante hacer ellos la voluntad de Dios. Es la venida del Reino lo que hace que se efectúe la voluntad de Dios en la Tierra. 


¿Cómo?


Oiga lo que dice la profecía de Daniel , en el versículo 44 del capítulo 2: “En los días de aquellos reyes [los gobernantes humanos del tiempo del fin] el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. [...] Triturará y pondrá fin a todos estos reinos”. ¡Con razón dijo Jesús que su Reino no era parte de este mundo! Más bien, el Reino destruirá los reinos o gobiernos de la Tierra y los reemplazará con su gobernación sobre la humanidad. Puesto que ese es el gobierno que Dios ha dado a la humanidad, este entonces se encargará de que la voluntad de Dios se efectúe en la Tierra.


La razón por la cual el Reino toma esa acción drástica queda más clara cuando consideramos quién domina este mundo. El apóstol Juan escribió: “El mundo entero yace en el poder del inicuo”. (1 Juan 5:19.) El “inicuo” es Satanás el Diablo, a quien Pablo llamó “el dios de este sistema de cosas”. (2 Corintios 4:4.) Es imposible que las instituciones de un mundo cuyo dios es Satanás el Diablo puedan identificarse con el Reino de Dios.


Esa es una de las razones por las cuales Jesús no se involucró en la política. Cuando judíos nacionalistas trataron de hacerlo rey, él los evitó. (Juan 6:15.) Como hemos visto, dijo francamente a Pilato: “Mi reino no es parte de este mundo”. Y en conformidad con eso dijo de sus seguidores: “Ellos no son parte del mundo, así como yo no soy parte del mundo”. (Juan 17:16.) Por eso, los líderes religiosos que enseñan que la venida del Reino de Dios se acelera por reformas hechas dentro de este sistema de cosas y que animan a su pueblo, su grey, a esforzarse por lograr eso son falsos profetas. Hurtan el vigor y el efecto de lo que la Biblia realmente dice.


¿Por qué es importante?


¿Es todo esto tan solo un argumento intelectual? De ninguna manera. Las enseñanzas incorrectas respecto al Reino de Dios han extraviado a muchas personas y hasta han afectado el curso de la historia. Por ejemplo, la publicación Théo, una enciclopedia católica romana, dice: “El pueblo de Dios avanza hacia un Reino de Dios que el Cristo empezó en la Tierra [...] La iglesia es la semilla de este Reino”. La identificación de la Iglesia Católica con el Reino de Dios dio a la iglesia enorme poder seglar durante la Edad Media, cuando abundaron las supersticiones. Aun hoy, las autoridades eclesiásticas tratan de influir en el curso de los asuntos mundiales y favorecen algunos sistemas políticos mientras actúan contra otros.


Un comentarista presentó otro punto de vista muy popular hoy día cuando dijo: “El camino de la revolución es el reino porque la revolución es la gente juntándose en una nueva humanidad, incitada por un símbolo divino que se da mediante el hombre de la verdad... Jesús [...] Gandhi [...] los Berrigan”. Tanto la enseñanza de que se da adelanto al Reino de Dios mediante el activismo político como el pasar por alto los hechos sobre el Reino han llevado a algunos líderes religiosos a buscar puestos políticos. Han llevado a otros a envolverse en agitaciones civiles y hasta a participar en acción de guerrillas. Nada de esto está en armonía con la verdad de que el Reino no es parte de este mundo. Y de ninguna manera puede ser que los líderes religiosos que se envuelven profundamente en la política no sean parte del mundo, como dijo Jesús de sus discípulos verdaderos. Los que enseñan que se llega al Reino de Dios por actividades políticas son profetas falsos. Hurtan de la gente las palabras de Dios.


Si en verdad los líderes religiosos de la cristiandad enseñaran lo que dice la Biblia, su grey sabría con certeza que el Reino de Dios resolverá problemas como la pobreza, la enfermedad, la injusticia racial y la opresión. Pero eso sucederá al tiempo debido de Dios y a la manera de Dios. No vendrá por la reforma de los sistemas políticos, que terminarán cuando el Reino venga. Si esos clérigos fueran profetas verdaderos, habrían enseñado a su grey que mientras esperan que el Reino de Dios entre en acción pueden hallar ayuda verdadera, dada por Dios y práctica para atender los problemas que son resultado de las injusticias de este mundo.


Finalmente, habrían enseñado a su grey que las muy penosas condiciones en deterioro en la Tierra se profetizaron en la Biblia y son señal de la pronta venida del Reino. Sí, el Reino de Dios pronto intervendrá y reemplazará las estructuras políticas de hoy. ¡Qué bendición! (Mateo 24:21, 22, 36-39; 2 Pedro 3:7; Revelación 19:11-21.)


La humanidad bajo el Reino de Dios


¿Qué significará para la humanidad la venida del Reino de Dios? Pues bien, ¿puede usted imaginarse el cuadro de levantarse cada día lleno de vitalidad? Ningún conocido suyo estará enfermo ni muriéndose. Hasta seres queridos suyos que hubieran muerto habrían regresado a usted por resurrección. (Isaías 35:5, 6; Juan 5:28, 29.) Ya no habrá preocupaciones financieras por el comercialismo egoísta ni sistemas económicos desiguales. Usted tendrá su propio hogar y suficiente terreno para cosechar el alimento que necesite su familia. (Isaías 65:21-23.) Podrá caminar por dondequiera a cualquier hora del día o de la noche sin temor de que lo asalten. Ya no habrá guerras... nada que amenace su seguridad. Las demás personas se preocuparán por el bienestar suyo. Ya no habrá gente inicua. Reinarán el amor y la justicia. ¿Puede imaginarse tales condiciones? Esa es la clase de mundo que el Reino traerá. (Salmo 37:10, 11; 85:10-13; Miqueas 4:3, 4.)


¿Es esto tan solo una ilusión? No. Lea los textos bíblicos indicados en el párrafo anterior y verá que cuanto se dice refleja las promesas seguras de Dios. Si hasta ahora no se le ha mostrado este cuadro verdadero de lo que el Reino de Dios puede hacer para la humanidad, y lo que hará, entonces alguien le ha hurtado las palabras de Dios.


Felizmente, usted no tiene que seguir en esa condición. Jesús dijo que en nuestros días “estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. (Mateo 24:14.) Esta revista que usted lee es parte de esa obra de predicar. Le animamos a no dejarse engañar por los falsos profetas. Escudriñe la Palabra de Dios en busca de la verdad sobre el Reino de Dios. Entonces sométase a ese Reino, que es la provisión del Gran Pastor, Jehová Dios. En verdad es la única esperanza del hombre, y no fallará.

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