En pocas palabras, la guerra de Armagedón es la futura batalla mundial en la que Jesucristo, el Rey nombrado por Jehová, destruirá a los enemigos de Dios. La Biblia señala que estos enemigos —“los reyes de toda la tierra habitada”— son movilizados por “expresiones inspiradas por demonios” para reunirlos “a la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso [...] en el lugar que en hebreo se llama Har–Magedón” (Revelación 16:14, 16).
El lugar donde se reúnen los combatientes no es literal. El nombre “Har–Magedón”, que se vierte “Armagedón” en algunas traducciones de la Biblia, significa “Montaña de Meguidó” (Revelación 16:16, nota).
Nunca ha existido una montaña que lleve ese nombre. Además, es imposible reunir literalmente a “los reyes de la tierra y a sus ejércitos” en una sola ubicación (Revelación 19:19). En realidad, la expresión “el lugar” se refiere a una condición o situación a la que se lleva a los gobernantes políticos de la Tierra y a sus apoyadores, una condición de oposición a Jehová y a “los ejércitos que est[án] en el cielo” bajo el mando militar del “Rey de reyes y Señor de señores”, Jesucristo (Revelación 19:14, 16).
Un dato significativo es que el término “Har–Magedón” se relaciona con la antigua ciudad israelita de Meguidó. Gracias a su ubicación estratégica al este del monte Carmelo, Meguidó dominaba las principales rutas comerciales y militares de su día. También fue escenario de muchas batallas decisivas. Por ejemplo, fue “junto a las aguas de Meguidó” donde el juez israelita Barac venció al poderoso ejército cananeo comandado por el general Sísara (Jueces 4:12-24; 5:19, 20). Fue en sus inmediaciones también donde el juez Gedeón derrotó a los madianitas (Jueces 7:1-22). Al relacionar Meguidó con la venidera guerra, la Biblia nos garantiza que Dios, mediante su Hijo, obtendrá una victoria total sobre todas las fuerzas enemigas.
¿Qué logrará la guerra de Armagedón? Eliminará toda la corrupción y la maldad de la Tierra y abrirá el camino para la era más gloriosa de la historia humana (Revelación 21:1-4). Bajo la supervisión amorosa del Reino de Dios, la Tierra será transformada en un paraíso en el que las personas justas vivirán para siempre (Salmo 37:29).
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