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Friday, March 11, 2011

Cómo nos ayuda Jesucristo


 
LO QUE Jesucristo hizo para ayudar a la gente cuando estuvo en la Tierra fue maravilloso. Tanto es así, que un testigo presencial que narró numerosos sucesos de la vida de Jesús dijo después: “Hay, de hecho, muchas otras cosas también que Jesús hizo, que, si se escribieran alguna vez en todo detalle, supongo que el mundo mismo no podría contener los rollos que se escribieran” (Juan 21:25). Dado que Jesús hizo tanto cuando estuvo en la Tierra, podríamos preguntar: “¿Cómo puede ser nuestro ayudante en el cielo? ¿Cómo podemos beneficiarnos ahora de su tierna compasión?”.
 
La respuesta es muy conmovedora y tranquilizadora. La Biblia nos dice que Cristo entró “en el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor de nosotros” (Hebreos 9:24). ¿Qué hizo por nosotros? El apóstol Pablo dice: “[Cristo] entró —no, no con la sangre de machos cabríos y de torillos, sino con su propia sangre— una vez para siempre en el lugar santo [“el cielo mismo”], y obtuvo liberación eterna para nosotros” (Hebreos 9:12; 1 Juan 2:2).
 
Esta es una magnífica noticia. La ascensión de Jesús al cielo no puso fin a su maravillosa labor a favor de la gente, sino que le posibilitó hacer aún más por ella. Eso se debe a que Dios, en su gran bondad inmerecida, nombró a Jesús para ser “siervo público” —sumo sacerdote— “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos 8:1, 2).
 
“Siervo público”
 
Por tanto, en los cielos Jesús sería un servidor público a favor de la humanidad. Realizaría una labor similar a la que hicieron en tiempos antiguos los sumos sacerdotes de Israel para bien de los adoradores de Dios. 

¿Cuál fue? Pablo explica: “Todo sumo sacerdote es nombrado para ofrecer tanto dádivas como sacrificios; por lo cual fue necesario que este [Jesucristo ya en los cielos] también tuviera algo que ofrecer” (Hebreos 8:3).
 
Jesús podía ofrecer algo muy superior a lo que ofrecían los antiguos sumos sacerdotes. “Si la sangre de machos cabríos y de toros” podía traer cierta limpieza espiritual al antiguo Israel, “¿cuánto más la sangre del Cristo [...] [limpiaría] nuestra conciencia de obras muertas para que [rindiéramos] servicio sagrado al Dios vivo?” (Hebreos 9:13, 14).
 
Jesús también es un siervo público sobresaliente debido a que se le concedió inmortalidad. En el antiguo 
 Israel, “muchos tuvieron que llegar a ser sacerdotes por sucesión porque la muerte les impedía continuar como tales”. Pero ¿y Jesús? Pablo escribe: “Él [...] tiene su sacerdocio sin sucesores. Por consiguiente, él también puede salvar completamente a los que están acercándose a Dios mediante él, porque siempre está vivo para abogar por ellos” (Hebreos 7:23-25; Romanos 6:9). En efecto, en el cielo, a la diestra de Dios, tenemos un siervo público que ‘está siempre vivo para abogar por nosotros’. Piense en todo lo que eso significa.
 
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, las personas acudían a él para que las ayudara, y a veces viajaban grandes distancias a fin de beneficiarse de su obra (Mateo 4:24, 25). En los cielos, Jesús está fácilmente accesible para gente de todas las naciones. Siempre está disponible como siervo público en su puesto celestial.
 
¿Qué clase de Sumo Sacerdote es Jesús?
 
El cuadro que los Evangelios dan de Jesucristo no nos deja duda alguna de su amabilidad y honda compasión. Fue sumamente abnegado. En más de una ocasión, la gente interrumpió los momentos en que él y sus discípulos trataban de conseguir en privado el descanso que tanto necesitaban. Pero en lugar de sentir que lo privaban de esos inestimables momentos de paz y sosiego, “se enterneció” por la gente que procuraba su ayuda. Incluso cuando estaba cansado, hambriento y sediento, “los recibió amablemente” y estaba dispuesto a no comer para ayudar a pecadores sinceros (Marcos 6:31-34; Lucas 9:11-17; Juan 4:4-6, 31-34).
 
La compasión motivó a Jesús a tomar medidas prácticas para satisfacer las necesidades físicas, emocionales y espirituales de las personas (Mateo 9:35-38; Marcos 6:35-44). Además, les enseñó a hallar alivio y consuelo duraderos (Juan 4:7-30, 39-42). Pensemos, por ejemplo, en la atrayente invitación personal que hace Jesús: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas” (Mateo 11:28, 29).
 
El amor de Jesús a la gente fue tan grande que acabó dando su vida por la humanidad pecadora (Romanos 5:6-8). En este sentido, el apóstol Pablo razonó del siguiente modo: “El que [Jehová Dios] ni aun a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿por qué no nos dará bondadosamente también con él todas las demás cosas? [...] Cristo Jesús es aquel que murió, sí, más bien aquel que fue levantado de entre los muertos, que está a la diestra de Dios, que también aboga por nosotros” (Romanos 8:32-34).
 
Un Sumo Sacerdote que se compadece de nosotros
 
Cuando vivió como ser humano, Jesús sintió hambre, sed, cansancio, angustia y dolor, y sufrió la muerte. Las tensiones y presiones que aguantó lo prepararon de manera especial para servir de Sumo Sacerdote a favor de la humanidad angustiada. Pablo escribió: “[A Jesús] le era preciso llegar a ser semejante a sus ‘hermanos’ en todo respecto, para llegar a ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en cosas que tienen que ver con Dios, a fin de ofrecer sacrificio propiciatorio por los pecados de la gente. Pues por cuanto él mismo ha sufrido al ser puesto a prueba, puede ir en socorro de los que están siendo puestos a prueba” (Hebreos 2:17, 18; 13:8).
 
Jesús demostró que puede ayudar a la gente a acercarse a Dios y que está dispuesto a hacerlo. ¿Significa eso que debe persuadir a un Dios duro e inmisericorde que no está dispuesto a conceder perdón? Por supuesto que no, pues la Biblia nos asegura que ‘Jehová es bueno y está listo para perdonar’. También dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia” (Salmo 86:5; 1 Juan 1:9). En realidad, las tiernas palabras y obras de Jesús reflejan la propia compasión, misericordia y amor de su Padre (Juan 5:19; 8:28; 14:9, 10).
 
¿Cómo alivia Jesús a los pecadores arrepentidos? Ayudándolos a disfrutar de gozo y satisfacción al esforzarse sinceramente por agradar a Dios. Cuando escribió a sus hermanos cristianos ungidos, Pablo resumió la situación con estas palabras: “Visto, por lo tanto, que tenemos un gran sumo sacerdote que ha pasado por los cielos, Jesús el Hijo de Dios, tengamos asida nuestra confesión de él. Porque no tenemos como sumo sacerdote a uno que no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino a uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado. Acerquémonos, por lo tanto, con franqueza de expresión al trono de la bondad inmerecida, para que obtengamos misericordia y hallemos bondad inmerecida para ayuda al tiempo apropiado” (Hebreos 4:14-16).
 
“Ayuda al tiempo apropiado”
 
Ahora bien, ¿qué podemos hacer cuando tenemos problemas que nos parecen demasiado difíciles de aguantar, como las enfermedades graves, la aplastante carga de la culpabilidad, el desánimo abrumador y la depresión? Podemos aprovecharnos de la misma provisión en que Jesús solía confiar: el valioso privilegio de la oración. Por ejemplo, la noche antes de dar su vida por nosotros, “continuó orando más encarecidamente; y su sudor se hizo como gotas de sangre que caían al suelo” (Lucas 22:44). En efecto, Jesús sabe qué se siente al orar a Dios con gran intensidad. “Ofreció ruegos y también peticiones a Aquel que podía salvarlo de la muerte, con fuertes clamores y lágrimas, y fue oído favorablemente por su temor piadoso.” (Hebreos 5:7.)
 
Jesús sabe lo mucho que significa para los seres humanos ser ‘oídos favorablemente’ y fortalecidos (Lucas 22:43). Además, prometió: “Si le piden alguna cosa al Padre, él se la dará en mi nombre. [...] Pidan y recibirán, para que su gozo se haga pleno” (Juan 16:23, 24). Por tanto, podemos hacer petición a Dios con la confianza de que permitirá a su Hijo utilizar a favor nuestro su autoridad y el valor de su sacrificio de rescate (Mateo 28:18).
 
Podemos estar seguros de que Jesús aprovechará su puesto celestial para darnos la ayuda apropiada al tiempo debido. Por ejemplo, si cometemos un pecado del que nos arrepentimos sinceramente, puede consolarnos la seguridad de que “tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo” (1 Juan 2:1, 2). Nuestro Ayudante y Consolador en los cielos abogará por nosotros para que reciban respuesta las oraciones que hagamos en su nombre y en conformidad con las Escrituras (Juan 14:13, 14; 1 Juan 5:14, 15).

1 comment:

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