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Friday, March 11, 2011

¿Por qué hay tanta corrupción?


 
“No has de aceptar un soborno, porque el soborno ciega a hombres de vista clara y puede torcer las palabras de hombres justos.” (Éxodo 23:8.)
 
HACE tres mil quinientos años, la Ley de Moisés condenó el soborno. A partir de entonces, se han multiplicado a lo largo de los siglos las leyes contra la corrupción, si bien no han logrado ponerle freno. Todos los días se pagan millones de sobornos, y miles de millones de personas sufren las consecuencias.
 
La corrupción está tan extendida y es tan compleja que amenaza con socavar la misma estructura de la sociedad. En algunos países, casi no se puede hacer nada a menos que se dé dinero bajo mano. Entregar un soborno a la persona indicada permitirá aprobar un examen, obtener el permiso de conducir, conseguir un contrato o ganar un juicio. “La corrupción es como una densa niebla de contaminación que desmoraliza a la gente”, se lamenta el abogado parisino Arnaud Montebourg.
 
Los sobornos proliferan especialmente en el mundo comercial. Algunas empresas destinan una tercera parte de sus ganancias a sobornar a burócratas corruptos del Estado. Según la revista británica The Economist, hasta el 10% de los 25.000 millones de dólares que se gastan anualmente en el comercio internacional de armas se utiliza para comprar a los posibles clientes. Como la corrupción ha aumentado, las consecuencias han sido catastróficas. Se dice que durante la última década el capitalismo “amiguista” —prácticas comerciales corruptas que favorecen a unos pocos privilegiados con buenas conexiones— ha arruinado la economía de países enteros.
 
Inevitablemente, quienes más sufren la corrupción y los estragos económicos a que esta da lugar son los pobres, que casi nunca están en condiciones de sobornar a nadie. Como dijo sucintamente The Economist, “la corrupción no es más que una forma de opresión”. ¿Puede vencerse esta forma de opresión, o es ineludible el soborno? Para contestar a esta pregunta, primero debemos identificar algunas de las causas fundamentales de la corrupción.
 
¿Cuáles son las causas de la corrupción?

¿Por qué deciden las personas ser corruptas, en lugar de honradas? Para algunas quizá sea la manera más fácil de conseguir lo que quieren, si no la única. El soborno puede ser a veces una manera cómoda de eludir el castigo. Mucha gente observa que los políticos, los policías y los jueces parecen pasar por alto la corrupción o hasta practicarla, por lo que sencillamente siguen su ejemplo.
 
Al aumentar la corrupción, se hace más aceptable, hasta que al final se convierte en un modo de vida. La gente que cobra salarios muy bajos llega a creer que no les queda otra opción. Tienen que pedir sobornos si quieren vivir decentemente. Y cuando no se castiga a quienes obtienen o pagan sobornos para conseguir una injusta situación de ventaja, son pocos los que están dispuestos a ir contra la corriente. “Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, por eso el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo”, observó el rey Salomón (Eclesiastés 8:11).
 
Hay dos fuerzas poderosas que siguen alimentando el fuego de la corrupción: el egoísmo y la avaricia. Como consecuencia del egoísmo, los corruptos pasan por alto el sufrimiento que causa la corrupción a otras personas, y justifican los sobornos sencillamente porque les benefician. Cuantos más beneficios materiales obtienen, más avariciosos se vuelven. “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata —observó Salomón—, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos.” (Eclesiastés 5:10.) Cierto: la avaricia puede ser buena para ganar dinero, pero siempre cierra los ojos a la corrupción y la ilegalidad.
 
Otro factor que no debe pasarse por alto es el papel del gobernante invisible del mundo, a quien la Biblia identifica como Satanás el Diablo (1 Juan 5:19; Revelación [Apocalipsis] 12:9). Este fomenta activamente la corrupción. El mayor soborno del que hay constancia fue el que él ofreció a Cristo. ‘Te daré todos los reinos del mundo si caes y me rindes un acto de adoración.’ (Mateo 4:8, 9.)
 
Sin embargo, era imposible corromper a Jesús, y él enseñó a sus seguidores a imitarle. ¿Podrían ser eficaces para luchar hoy contra la corrupción las enseñanzas de Cristo? El siguiente artículo analizará esta cuestión.

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