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Wednesday, February 2, 2011

La importancia de orar y de la humildad

ANTES, cuando estaba en Judea, Jesús ilustró la importancia de persistir en la oración. Ahora, en su viaje final a Jerusalén, de nuevo recalca que es necesario no dejar de orar. Puede que Jesús esté todavía en Samaria o en Galilea cuando da a sus discípulos esta otra ilustración:
“En cierta ciudad había cierto juez que no le tenía temor a Dios ni tenía respeto a hombre. Pues bien, había en aquella ciudad una viuda, y ella seguía yendo a él, y decía: ‘Ve que se me rinda justicia de mi adversario en juicio’. Pues, por algún tiempo él no quiso, pero después dijo dentro de sí: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a hombre, de todos modos, porque esta viuda me causa molestia de continuo, veré que se le rinda justicia, para que no siga viniendo y aporreándome hasta acabar conmigo’”.
Jesús entonces aplica la ilustración, diciendo: “¡Oigan lo que dijo el juez, aunque era injusto! De seguro, entonces, ¿no hará Dios que se haga justicia a sus escogidos que claman a él día y noche, aun cuando es sufrido para con ellos?”.

Por supuesto, Jesús no quiere dar a entender que Jehová Dios sea de modo alguno como ese juez injusto. Más bien, si hasta un juez injusto responde a súplicas persistentes, entonces no debería haber duda alguna de que Dios, quien es enteramente justo y bueno, responderá si su pueblo no cesa de orar. Por eso Jesús continúa así: “Les digo: [Dios] hará que se les haga justicia rápidamente”.

Muchas veces se niega la justicia a los humildes y a los pobres, mientras que se suele favorecer a los poderosos y ricos. Sin embargo, Dios no solo se encargará de que los inicuos reciban su justo castigo, sino que también se asegurará de que se trate con justicia a sus siervos mediante darles vida eterna. Pero ¿cuántos creen con firmeza que Dios hará que se ejecute la justicia sin tardanza?

Especialmente con referencia a la fe en el poder de la oración, Jesús pregunta: “Cuando llegue el Hijo del hombre, ¿verdaderamente hallará la fe sobre la tierra?”. Aunque la pregunta queda sin contestar, puede que se dé a entender que esa fe no sería común cuando Cristo llegara con el poder del Reino.




Entre los que escuchan a Jesús hay algunos que se sienten bastante confiados en su fe. Se creen justos, y desprecian a otros. Puede que hasta algunos discípulos de Jesús estén en ese grupo. Por eso él dirige la siguiente ilustración a esos:


“Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo se puso de pie y oraba para sí estas cosas: ‘Oh Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, dados a extorsión, injustos, adúlteros, ni siquiera como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana, doy el décimo de todas las cosas que adquiero’”.

Los fariseos son conocidos por sus despliegues de justicia en público para impresionar a otros. Los días en que por propia imposición suelen ayunar son los lunes y los jueves, y escrupulosamente pagan el diezmo de hasta las hierbas pequeñas del campo. Pocos meses antes habían mostrado su desprecio a la gente común durante la fiesta de los Tabernáculos, cuando dijeron: “Esta muchedumbre que no conoce la Ley [es decir, la interpretación farisaica que se le daba] son unos malditos”.

Continuando con su ilustración, Jesús dice lo siguiente respecto a una de esas personas “malditas”: “Pero el recaudador de impuestos, estando de pie a la distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: ‘Oh Dios, sé benévolo para conmigo, que soy pecador’”. Porque el recaudador de impuestos ha reconocido humildemente sus faltas, Jesús dice: “Les digo: Este hombre bajó a su casa probado más justo que aquel; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado”.

Así Jesús de nuevo da énfasis a la importancia de la humildad. En vista de que los discípulos de Jesús se han criado en una sociedad en que los fariseos, que se creen justos, son tan influyentes, y siempre se da énfasis al puesto y la clase social, no sorprende que hasta ellos hayan sido afectados. Sin embargo, ¡qué excelentes lecciones sobre la humildad enseña Jesús! (Lucas 18:1-14; Juan 7:49.)

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